SINOPSIS
Si
por algo destaca esta novela es por su personaje, Gertrudis, más
conocida como la tia Tula. Y es que Unamuno es creador de grandes
personajes: Augusto Pérez en Niebla, Abel Sánchez en la novela del
mismo título... Desde las primeras páginas, la personalidad de este
personaje se perfila como arrolladora y absolutamente dominante. En
todas las escenas aparece. Ella es quien toma todas las decisiones y
todos los demás personajes las acatan. Y si alguno de ellos le pone
un "pero", siempre tiene la respuesta adecuada.
Gertrudis
tiene sólo una meta en la vida: la maternidad. Más que una meta es
una obsesión. Ella quiere ser madre. Ella quiere dar vida. Pero vida
espiritual. Ella no quiere mantener relaciones carnales. Parece
tenerle miedo al sexo contrario. Le parece ver algo impuro en las
relaciones sexuales. Así que se aparta de cualquier posible
relación.
Cuando
su hermana y ella conocen a Ramiro, ella no puede evitar sentirse
atraída por él, pero hace todo lo posible para que se fije en Rosa
y que Rosa se fije en él. Consigue que se casen y cuando los hijos
llegan, será ella quien ocupe esa figura de la madre. E incluso los
propios niños llegarán a llamarla madre, y es que cumple ese papel
a la perfección. Su deseo está cumplido. Es madre y es virgen.
Cuida de los hijos de su hermana y los guía y los educa como ella
quiere. Son "sus hijos". Y de este modo cree asegurarse la
inmortalidad de su alma.
Pero
su hermana Rosa morirá y Ramiro, su cuñado, le confesará su amor.
Pero Tula no lo aceptará. Lo obligará a esperar sin prácticamente
esperanzas. Le dará un plazo. Pero Ramiro no será capaz de esperar
y sucumbirá al deseo carnal con Manuela, la criada. Y Tula le
obligará de nuevo a casarse con la chica, que además está
embarazada. Significativa la escena cuando la criatura nace:
- Aquí le tienes, hombre, aquí le tienes.
- ¡Pobre criatura!- exclamó Ramiro, sintiendo que se le derretían de lástima las entrañas a la vista de aquel mezquino rollo de carne viviente y sufriente.
- Pues es tu hijo, un hijo más... Es un hijo más que nos llega.
- ¿Nos llega? ¿También a ti?
- Sí, también a mí; no he de ser madrastra para él, yo que hago que no la tengan los otros.
Y así fue que no hizo distinción entre uno y otros.
- Eres una santa, Gertrudis- le decía Ramiro- pero una santa que ha hecho pecadores.
- No digas eso; soy una pecadora que me esfuerzo por hacer santos, santos a tus hijos y a ti y a tu mujer.
Pero
Ramiro no será capaz de aguantar mucho más. Morirá. Y en su lecho
sobrecogerá la confesión de Tula:
...el hombre, todo hombre, hasta tú, Ramiro, hasta tú, me ha dado miedo siempre; no he podido ver en él sino el bruto. Los niños, sí; pero el hombre... He huido del hombre.
Y
Manuela, la criada, que está embarazada de nuevo, no sobrevivirá al
parto:
Los otros se murieron; ¡a ésta la han matado...!, ¡la ha matado...!, ¡la hemos matado! ¿No la he matado yo más que nadie? ¿No la he traído yo a este trance? ¿Pero es que la pobre ha vivido? ¿Es que pudo vivir? ¿Es que nació acaso?
Y
al final, Tula tendrá que admitir que se equivocó. Que su obsesión
por la pureza no propició nada bueno. Que lo sacrificó todo para
mantener su virtud. Que su vida "ha sido una mentira, una
equivocación, un fracaso..."
Magistral
es el análisis psicológico que Unamuno realiza de los personajes en
esta novela, en especial de Tula, un personaje al que es imposible
tomarle cariño. Muestra una máscara de bondad, de virtud, pero
realmente su cara es otra. Es manipuladora, es egoísta. Antepone sus
deseos a los deseos de los demás. Ahí donde está, la infelicidad
está presente. Y a pesar de este desagradable personaje, a pesar de
una historia con la que, hoy en día, es difícil identificarse, la
maestría que vuelve a mostrar Unamuno es tal que he vuelto a
disfrutar enormemente con esta novela.
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